El (no) genio femenino
Mi
madre dice que debo ser un bicho raro porque no sé lo que es el genio femenino.
Gracias, mamá. Me ha emocionado. Sobre todo porque tienes razón.
Llevo
semanas intentando sacar una idea para este certamen, golpeándome contra la
mesa y el sentido común que aún creo poseer, creando y desechando un
pensamiento tras otro, cavilando frases y ejemplos en busca de la inspiración.
Todo para quedarme, día tras día, delante de la página en blanco con la mente
incluso más blanca. Ahora, la tarde antes de la fecha de entrega, he llegado a
la conclusión de que no sé escribir sobre esto. Tampoco es algo nuevo, llevo
avisándolo desde que leí el título. Aunque en ese momento todavía me quedaban
esperanzas, si es que las llegué a tener alguna vez.
La
verdad es que, aunque ya sabía que me sería imposible, me ha supuesto una gran
decepción descubrir que, efectivamente, no puedo hacer nada al respecto.
Siempre digo que un escritor debe saber escribir de todo. Y aquí estoy yo,
faltando a mi propia palabra. Totalmente bloqueada por el genio femenino, esa
cosa que parezco no tener.
Porque,
¿qué es el genio femenino en realidad? ¿Se come? Es un concepto tan amplio y
abstracto que se me escurre entre los dedos como la arena de la playa. No está
en mi capacidad sintetizar una idea semejante, algo que escapa de mi
entendimiento y que carece, en mi lenguaje, de palabras que lo definan.
El
genio femenino… Cuántos quebraderos de cabeza me produce pensar en ello.
Probablemente no sea para tanto. Habla sobre la mujer, dicen, no hace falta
complicarse demasiado. Pero yo soy una complicación, está en mi naturaleza
enmarañarlo todo. Un momento, ¿acaso no será esto el genio femenino? Creo que
me estoy emocionando.
Esto
no es más un burdo intento de justificar mi ignorancia e incapacidad. Es un
consuelo para mi escasa imaginación, herida de muerte en su dignidad, en el
caso de que la tenga. O a lo mejor es una excusa para que no se me echen encima
todos aquellos a quienes aseguré que participaría en el certamen del genio
femenino.
Dejando
a un lado justificaciones, excusas y consuelos inútiles, Lev Tolstoi dijo una
vez, a través de los labios del príncipe Oblonski, que el placer no está en hallar
la verdad sino en buscarla. Sólo puedo darle la razón. Considero que, escribir una
impresión sobre un tema supone, al menos en mi filosofía vital, establecer esa
idea como la verdad, interiorizarla. Un decir: la he encontrado, aunque quizás
me equivoque y yerre, pero aquí está.
Sin
embargo, yo no quiero hallar la verdad sobre el genio femenino. Muchas veces,
las verdades son hermosas cuando permanecen en la incógnita, incitándonos a
buscarlas y correr ese velo de humo y sombras que las envuelven. Pero una vez
reveladas, ese interés, esa curiosidad genuina, desaparece, y así también la
especulación.
Prefiero
pensar que soy, en palabras de mi señora madre, un bicho raro carente de genio
femenino si así puedo saborear esa idea, que es para mí lejana y misteriosa
como una estrella titilante en el cielo. Un golpe en mi orgullo creativo a
cambio de una incertidumbre sobre la que especular.
Y
es por todo esto por lo que no escribiré sobre el genio femenino… si es que no
lo acabo de hacer.
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