Un motivo para sonreír
La noche anterior había nevado, y por las calles blancas, a pasos breves y deteniéndose de vez en cuando para admirar la belleza de tan inusual paisaje, avanzaba una joven. Se llamaba Aura y había salido a dar un paseo. Enfundada en un abrigo negro y con una bufanda beige de cachemir hondeando al cuello, daba ocasionales saltitos al compás de Stairway to Heaven para calentarse. En un momento de su camino sus pies se detuvieron ante una triste visión: un anciano, ataviado únicamente con una zarrapastrosa chaqueta y cubierto por una raída manta, yacía recostado en el suelo helado. Aura sintió que se le encogía el corazón, así que se acercó al él con la intención de darle alguna moneda. Al oír la nieve crujir bajo sus botas, el anciano alzó la vista y sus miradas se cruzaron. La suya, deteriorada como él, reflejaba la profunda desesperanza de su alma y el hastío de vivir que pesaba sobre él. La de Aura, en cambio, brillaba con la fuerza de quien toma una acertada decisión. Su mano dejó